El Gran «Peligro»​ de la Empatía

1594512979607

Hace relativamente poco, o no, el cuando no tiene demasiada importancia para mí, sufrí mucho… muchísimo.

Yo me considero una persona muy empática. Tanto, que hubo un momento en mi vida que se me fue de las manos.

Empatizaba tanto con el dolor ajeno que me fundía con ese dolor.

Eso empezó a destruirme poco a poco, casi sin darme cuenta.

Digo casi porque por suerte me di cuenta y me hice consciente de que así yo no servía para nada. Si yo estaba rota no podía ayudar a las demás personas a recomponerse sin recomponerme yo primero.

Tuve que dejar de leer noticias, aparcar un poco las RRSS, dejar de regocijarme en el dolor y las injusticias y despedirme del rol de víctima.

Meditar centrándome en mi y en como podría yo ayudar y ayudarme.

Y fue entonces, como dije antes, que empecé a darme cuenta de que así, rota, yo no podía ayudar a nadie y que, incluso, me estaba haciendo mucho daño a mi y a quienes me rodeaban, al yo no estar bien con todo ese dolor que no me pertenecía, mi alrededor empezaba también a no estar bien.

Y empecé a trazar un plan.

Un plan en el que, aún siendo empática, tendría que hacerme fuerte para poder liderar.

Y en el plan entraba liderar primero mi vida, tener la suficiente confianza y poder mental sobre mi misma para poder llevar a cabo todo lo que tenía en mi cabeza. Y después ayudar a otras personas a que lideren la suya.

Y ese plan comenzó a hacerse realidad. Primero en mi cabeza como una proyección y luego en la vida, en mi vida.

Aún queda mucho recorrido y mucho por seguir sembrando.

Aún hay mucho trabajo por delante para hacer realidad esa proyección de como voy a ayudar a menguar, de alguna forma, ese sufrimiento y dolor, que yo ya sentí en su momento.

Ese dolor que quiero que las demás personas también deje de sentirlo, que le den la vuelta, que vean que existe otra forma de estar, de vivir, de sentir y de ser.

Aún sigo disfrutando de ese maravilloso camino en el que día a día descubro y me autodescubro.

La meta es solo una ilusión por la que seguir hacia delante, una motivación para seguir poniendo todas tus cartas sobre la mesa.

De ahí la importancia de no identificarse con ese dolor.

Comprenderlo, aceptarlo y abrazarlo, si. Y manteniéndote en tu lugar, sabiendo que eres un mero espejo en el que la otra persona tiene que reflejarse para entender y entenderse mejor.

Sabiendo que son las otras personas las protagonistas de su proceso, de su dolor.

No tú.

Tu dolor no es lo que importa cuando estás acompañado a otras personas, sino el suyo.

Si tu también te involucras en ese dolor. Esa persona ha perdido su apoyo, ha perdido a quien puede ayudarle a salir de ahí, y seguirá estando sola. O puede que aún más sola que antes de que llegaras.

¿Quieres compartir?

Facebook
LinkedIn
Twitter
WhatsApp